«Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.»
Ludwig Wittgenstein
Desde hace algún tiempo, la sociedad ha ido cambiando tan rápidamente, que lo que ayer era una actitud normalizada, ahora puede ser una aberración. Es así, como las nuevas generaciones nos han demostrado mayor tolerancia, respeto e inclusión.
Uno de los fenómenos más bullados y criticados, es el mal llamado “lenguaje inclusivo” (más adelante aclararé porqué está mal llamado así). Donde encontramos adeptos y detractores. Aquí, los puristas de la lengua se inmolan golpeándose la cabeza contra la RAE (obsoleta y machista por lo demás) y condenando a las penas del infierno lingüístico a todos quienes “osen” cambiar un a o una o por la escandalosa “e”.
Según Austin y Searle en “Como hacer cosas con las palabras”, el lenguaje crea realidades (enunciado bastante utilizado por quienes se mueven en el mundo de lo lingüístico) y más allá de la norma, es consensuado socialmente. La lengua es viva y evolutiva. Lo que antes estaba “gramaticalmente correcto” ahora no lo es (ejemplos sobran, pero uno de los más dolorosos es la desaparición del “sólo”) y no se utiliza por estar obsoleto. Cuando decimos que el lenguaje crea realidades, es porque somos seres comunicativos, y la base de nuestra interacción es el lenguaje.
Desde lo emocional, nos conectamos con las personas a partir de lo que decimos y nos dicen. Si constantemente, le digo a un niño que es un inútil, lo más probable es que lo convierta en su realidad, resultando muy difícil hacerlo creer lo contrario. Y es que las palabras que decimos a otros nos crean una imagen pública. El dicho popular “eres dueño de tu silencio y esclavo de tus palabras” no podría ser más cierto. Las palabras marcan a un individuo y los discursos nos muestran quiénes son, cómo piensan y cómo actúan.
La lengua es la realización concreta del lenguaje, está en movimiento gracias a los hablantes y (en el fondo) somos nosotros los que le damos o no validez a los usos. Es cosa de buscar los “arcaísmos” que desaparecieron porque el hablante común comenzó a decirlo de otra forma, hasta que quedó así (el “usted” por ejemplo). Eso significa que los usos gramaticalmente correctos, no siempre son los socialmente correctos, y eso ¿qué importa?
El decir “todos y todas”, “todes” “todxs” “tod@s”, no es tan terrible, la RAE no va a desaparecer porque nos refiramos a nuestros cercanos como “amigues” ¿cuál es el afán de crear divisiones lingüísticas absurdas? El lenguaje refleja quiénes somos, pero más que el respeto por la norma es la intencionalidad con la que lo usamos.
No olvidemos que el lenguaje, es una capacidad o facultad comunicativa humana, que la lengua es la proyección social consensuada (a groso modo) y el habla es la realización individual (las personas ligadas al mundo lingüístico saben a lo que me refiero, y los que no, ahí hay una diferenciación simple que luego pueden profundizar), por lo tanto, no podemos referirnos a un “lenguaje inclusivo” más bien a un “uso inclusivo de la lengua” y la sustitución por el “género neutro” (ojo, ese término no existe lingüísticamente hablando) que es la utilización de la “e”, es solo UNO de los usos inclusivos (otros son la descripción total para las personas no videntes o la lengua de señas para la comunicación con personas sordas).
En el fondo, y citando una de mis clases “El uso inclusivo de la lengua o uso no discriminatorio constituye una comunicación libre de palabras, frases o tonos que reflejen visiones prejuiciosas, estereotipadas o discriminatorias de personas o grupos. También es consciente de que no excluir deliberada o inadvertidamente a algunas personas de ser vistas como parte de un grupo.”
¿Realmente es importante respetar la norma impuesta por una institución que define “mujer pública” como prostituta y “hombre público” como hombre que tiene presencia e influjo en la vida social? ¿realmente vamos a referirnos con el femenino y masculino (géneros gramaticales) solo porque son gramaticalmente correctos, dejando fuera a quienes no se sienten parte de ninguno de los géneros (repito, gramaticales) establecidos en lo lingüístico? Más importante que respetar una norma muerta, es respetar a las personas que la hacen posible. No significa que hablemos y escribamos como queramos, pero tampoco es ser “grammar nazi”. Que para eso están los profesores de lenguaje, para enseñarnos a escribir bien y a conocer las normas para los contextos formales.
No obstante, para la vida cotidiana, para la interacción social, ¿no sería gratificante expresarnos de una forma un poquito más inclusiva? ¿no sería bueno hacer sentir bien a los demás teniendo un poquito de consideración? Porque podemos defender a brazo partido a la RAE y a todas las academias de la lengua, pero eso no sirve de nada si no somos capaces de ponernos en el lugar del otro. No sirve de nada si somo tan dueños de la verdad que invisibilizamos a quien esté al lado por medio de nuestro discurso estructurado y sin vida.