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Sísifo contemporáneo o la tiranía del movimiento constante

Escrito por Fernando Montanares
27 de septiembre de 2023
Publicado en Arte
Sísifo contemporáneo o la tiranía del movimiento constante
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“Hoy en día, el trabajo y la vida misma se confunden: entre ambos se formó un continuum sin fronteras distinguibles”.  Así dice Luciano Concheiro en su ensayo: “Contra el tiempo, filosofía práctica del instante”, donde devela los mecanismos del sistema económico y social global desde la apertura de las fronteras con la globalización iniciada en los años noventa.

Más contingente que nunca, la anterior cita hace un reflejo de la sociedad afectada por la pandemia hoy en día.  El continuum del cual Concheiro hace referencia no es más que la amalgama absoluta de los espacios de la vida que en la realidad tácita accionaban con una escisión, y que, sin embargo, con la irrupción de una nueva realidad, la virtual que salta por sobre las barreras espaciales, ahora los espacios no tienen diferencia, sino que funden la esfera privada y pública en un solo ser.

En el mundo anterior al Covid-19, “Ir más rápido significa mayores ganancias. A la inversa, cada minuto desperdiciado conlleva pérdidas monetarias. Mientras que la rapidez, la eficiencia y la agilidad se santifican; la lentitud, la torpeza y la pereza resultan aberrantes.”, como dice Concheiro, sin embargo, ahora, atascados en esta retrocesión del avance pareciera que “El futuro ha dejado de importar. El tiempo acelerado de la cotidianidad es el que confirma esta política. […]  No hay plan generalizante, solo hay soluciones concretas que se realizan improvisadamente para zanjar los problemas del día a día”, en palabras del mismo autor.

Pienso que toda la crisis comenzó como un disparo en Matrix, allí se acuña el concepto Bullet Time, “nuevo concepto de tiempo que ha aparecido en el siglo XXI, […] esta volátil narrativa consiste en un complejo movimiento de cámaras en que el tiempo se moldea, ralentizándose o estirándose a voluntad”, como lo explica Rodrigo Fernández en su libro “Eukinética”.

Si el movimiento en el tiempo anterior inicia como un impulso que se ralentiza, se expande y estira, podríamos pensar que el golpe de la pandemia, en la cual ya hemos quemado un cuatrimestre en Chile, acciona de un modo similar: golpeándonos primero y luego de ello cambiando la sensación temporal, lo que por supuesto modifica los modos de producción y por tanto nuestra relación con la realidad tácita.

Durante junio fui parte de un taller de crítica teatral y en uno de los módulos finalizó con la frase “ser crítico no para encontrar todo malo, sino que para encontrar lo complejo”. Y es precisamente ese territorio “polémico”, entendiendo el término “Polemos” como la multiplicidad de elementos que en sus relaciones permanecen en movimiento y cambio, donde creo que situarse hoy podría ayudar a mirar de manera crítica lo que sucede.

Esta crítica, por supuesto,  no responde a lo que Byul Chul Han llamaría lo “liso y pulido”, muy por el contrario, la idea de esta crítica es hacer fricción, no para acongojar a quienes puedan leer este texto, ni proveerles más angustia existencial que la que ya pueden tener al enfrentarse a lo desconocido de la amenaza sanitaria en la cual el mundo se ha insertado, sino que como una opción para hacer un enfoque diferente a la línea mainstream del consumo que estamos acostumbrados en nuestra vida cotidiana.

Me he sentido perdido. Muy perdido, solo y desorientado. Con el inicio de la pandemia perdí todos mis trabajos, mi profesión, Licenciado en Artes de la representación, no funcionaba ahora que la realidad se había fracturado y por ello la misma representación del mundo estaba suspendida. El bullet time que antes definí, ha hecho que la realidad tenga un avance lento y denso, a diferencia del tiempo anterior en donde la velocidad y la aceleración eran parte del cotidiano. De algún modo la crisis me obligó a detenerme, pero no detenerme para proyectar el futuro, sino que simplemente el motor se apagó.

El dolor y la frustración por lo perdido fue agobiante. Los artistas quedamos desamparados como los comerciantes y todos los trabajadores independientes. Esta fractura espacio – temporal trajo a nuestras vidas como Mesías incuestionable a “la virtualidad”. Con esta llegada también se inicia el cambio de disposición de los modos de producción y consumo del mercado, torciendo las reglas de lo que la presencia física y participación era hasta ese entonces, quedándonos todos en un modo de presencia virtual mediada por todos los aparatos electrónicos.

De pronto obnubilado por el destello de los millones de cursos virtuales, charlas y el acceso gratuito, horizontal y pluritario a todos los contenidos que deseamos en todas partes del mundo, la reflexión tomó una forma diferente, y pienso en Javier Ibacache quien dice: “La crítica busca develar la lógica del poder”, y es así que llegó a este escrito reflexionado sobre la lógica del poder detrás de todo este movimiento constante.

En su libro “La preparación del director”, Anne Bogart define dos maneras de ver el arte según un libro de James Joyce; Estos son el Arte cinético y el arte estático, ambos extremadamente presente hoy en día. Bogart indica: “El arte cinético te mueve. El arte estático te para. La pornografía, por ejemplo, es cinética: puede excitarte sexualmente. La publicidad es arte cinético: Puede inducirte a comprar. EL arte político es cinético: te puede llevar a la acción política. El arte estático por otra parte, te para.”

Mi suspicacia me ha hecho creer que el enemigo fuertemente criticado en las movilizaciones sociales a nivel global, hoy solamente cambió de vestuario y maquillaje, pero sigue siendo el mismo de siempre. Quizás escondido tras la proposición de otorgar a nosotros los confinados al encierro una   opción para ver a otras personas, para escuchar a otros, para tener si quiera un espejismo de lo que fuese la experiencia de compartir en la realidad anterior.

Sin embargo, no puedo dejar de notar, con menos ingenuidad que antes, como de pronto muchas instituciones para mantenerse vigentes, activas, y además colaborando por “el bien social”, han llenado la oferta virtual de charlas, talleres, obras y todo tipo de contenido que pueda “ayudar” a otros a llenar su vacío. Yo mismo, que disfruto en clases me he criticado tantas veces porque una pregunta viene a mi cabeza de manera insistente: ¿Será en realidad que tras toda idea de realización personal y ocupación en esta pandemia estamos solo siendo víctimas del vacío existencial que aflora tras la ruptura del sistema de producción?

Usando la reflexión de Anne Bogart sobre el arte estático, en general todas las formas de arte hoy me llaman al movimiento, a lo cinético y me pregunto constantemente si toda esta producción de contenido virtual opera realmente como un agente perpetuador de un sistema económico y social que se resiste a decaer y que en su mutabilidad es como logra esconderse y mantenerse a flote, como un cáncer parasito que se aloja en una parte diferente del huésped cada vez para ser nunca exterminado por completo.

La ruptura temporal que ha significado la detención en este tiempo se volvió una amenaza para el sistema económico en el cual vivimos y por ello debe buscar como perseverar. Así como en las clases de física uno entendía la trayectoria con un vector que partía desde un punto a otro, ahora ese vector desaparece en la incertidumbre, una incertidumbre que antes era sólida y que, bajo el prisma de un derretimiento de las seguridades de toda índole, ahora, más que nunca, es un terreno líquido que sumerge al individuo a experienciar un eterno presente del cual es muy difícil salir.

La angustia de la vida en el eterno presente es fácilmente evadible. Por ello tenemos miles de spot publicitarios en nuestras aplicaciones y redes sociales. Antes, saciar un deseo de consumo requería cierto esfuerzo, tenía una negatividad que el sistema de la realidad tácita había casi abolido, sin embargo, ahora, solo con un click y poniendo coordenadas de tarjetas de crédito uno satisface esos deseos inmediatos y siente el placebo de las endorfinas tras la consecución del deseo.

Nunca, más que ahora había sido tan fácil consumir. Ahora que estamos conectados completamente ya no hay negatividad, desde la comodidad accedemos a todo.  No hay ya Matrix, Black Mirror, o ciencia ficción alguna que anteceda lo que vivimos, porque como dice el dicho “La realidad supera la ficción”. Quizás el estar absolutamente conectados y participando de todo lo que podemos es una nueva manera de esclavitud voluntaria, es una sumisión del individuo político, otra forma de validar, inocente y pasivamente, el funcionamiento de instituciones poderosas que se respaldan con la participación masiva de audiencias que se benefician de lo que brindan dentro de este tiempo empantanado.

Y es en toda esta fractura del tiempo donde el personaje de la mitología griega, Sísifo, quien fuera usado por Albert Camus como título de un tratado fundamental del existencialismo, aparece para dar sentido, paradójicamente, al sinsentido de la suspensión temporal de la realidad tácita. Camus resume el mito de esta manera: “Los dioses habían condenado a Sísifo a rodar sin cesar una roca hasta la cima de una montaña donde la roca volvía a caer por su propio peso. Habían pensado con algún fundamento que no hay castigo más terrible que el trabajo inútil y sin esperanza”.

En el mundo de la pandemia, absorbidos por el teletrabajo e imposibilitados de encontrar en la realidad tácita el abrazo de otro, las personas estamos condenadas a levantarnos día a día en un día que parece ser absolutamente igual que el anterior, a encontrar en ese mismo día los mismos modos de esparcimiento en la virtualidad, ocupándonos de maneras que pudiesen de algún modo llenar el vacío existencial que dejó en nosotros la perdida del contacto con la realidad y con los otros. La roca que nosotros, Sisifos contemporáneos, levantamos día a día es aquella de la acción que se diluye en un presente que es eterno y que ya no constituye futuro posible porque ese futuro se volvió obtuso, solo nieblas, miedo y confusión.

Así como en el teatro del absurdo, la dramaturgia de nuestros tiempos denota la carencia de sentido que tiene nuestra vida contemporánea al estar sujeta a una condición de poder ejecutada por fuerzas externas donde conceptos como orden, causalidad y razón solo son ficciones impuestas en una realidad donde su significado real será siempre evadido.

En la obra “Esperando a Godot” de Samuel Beckett, dos personajes esperan durante toda la obra a un Señor que jamás llega. Mientras esperan ambos realizan un sin fin de acciones para llenar la angustia de aquella situación, y el desenlace los deja en el mismo lugar. Esta imagen me llega a la mente cada vez que abro mis redes sociales, cuando tomo las clases virtuales en las que participo o cuando me siento a escribir. El Godot de esta pandemia es la tan anhelada vacuna, esa cura que nos promete a todos volver a tener confianza en el otro, salir a una normalidad anterior que se perdió y así estar finalmente felices, recuperar el sentido. Sin embargo, en aquel proceso de espera hay que llenarse de “actividades”, para llenar ese vacío de las entrañas, el vacío que deja la frustración de no poder realizarse como ser humano al ser impedido del contacto, del convivio.

Soy crítico no porque piense en términos morales, diciendo la oferta virtual y participación por este medio es mala, sino que, por el contrario, para enfrentarme de manera compleja frente a este fenómeno, el cual presenta serios desafíos para la presencia física, la libertad, la manera de vincularnos y también el límite de nuestra condición de ser humanos.

En una entrevista de Heiner Mueller, traducida del alemán al español por Soledad Lagos, este explica la metáfora del “sapo cocinado” de esta manera: “Si uno lanza a un sapo – y eso es cierto, está comprobado -, a un sapo al agua caliente, éste intenta salir de ahí lo más rápido posible. Si uno pone a un sapo en agua tibia y aumenta poco a poco la temperatura, se cocina feliz hasta que se muere; deja que lo cocinen con una enorme sensación de bienestar y no lo nota.”

Quizás si estamos alerta podemos saltar fuera del agua caliente lo más rápido posible, si no quizás solo nos queda cocinarnos. Yo deseo para todos, en la medida de lo posible y lo imposible, que podamos defendernos del movimiento que nos condena como Sísifo, y que, de ese modo, en la quietud, podamos pensar, pensarnos y encontrar libertad.

Creo que cada quien debe participar de tanto como quiera o pueda, también pueda consumir y comprar a su medida, sin embargo, hago una invitación a repensar los ¿Para qué? de estas acciones. Quizás esa pregunta puede ser una opción para romper el ciclo de movimiento constante que se resiste a detenerse, y en esa detención, aunque sea por una fracción de segundo, nosotros mismos podremos encontrar reflexión y libertad con esta, y así soltar la condición de Sísifo condenados a un sinsentido dictado por fuerzas externas a nosotros mismos.

No lo ofrezco como receta, sino como un posible encuadre frente a la posibilidad de detener el curso de lo cinético, y de ese modo ser “consumidores emancipados”, con un poder de decisión real sobre a que contenidos queremos acceder y cuando, cuanto y para qué accedemos a ellos. Y si en algún caso, sentimos que el vacío sigue allí, pienso que siempre es posible volver, por muy difícil que parezca, a la experiencia de lo real, al otro de verdad a su voz y empatía, porque “En un mundo que se privilegian la velocidad y la agilidad sobre lo pausado y lo meditativo, ciertos elementos que son clave para cualquier democracia peligran”.

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