El historiador francés Philippe Ariès escribió que “las actitudes cambian con el tiempo y reflejan los temores, las esperanzas, las expectativas, la conciencia comunitaria y también individual de la muerte”.
La idea de la muerte puede ser considerada como un suceso atemorizante, pocas veces conversado y del que usualmente se rehúye. Esta visión trágica se debe a su contraposición con la vida, como etapa culminante definitiva.
Para el mundo andino, así como para otras culturas, la muerte es la continuación de la vida, se la reconoce y está presente en varios rituales tradicionales, contribuyendo a su aceptación e incluso devoción. La muerte, en este sentido, es considerada como una transición a otro espacio de la vida. Si bien es el último periodo del ciclo vital, se la percibe como la continuidad del ser en otra dimensión existencial, por lo que los funerales y costumbres mortuorias adquieren un carácter de celebración.
Cada año, durante la fiesta de Todos Santos en Bolivia, los vivos celebran y comparten con las “almas” de sus difuntos que bajan a visitarnos. Por la misma víspera, el 8 de noviembre, se realiza la Festividad de las Ñatitas. Durante ese día, el cementerio general de la ciudad de La Paz, se convierte en el único escenario donde son veneradas de manera pública. Tanto las personas que las acogieron en su hogar, como extraños, les rinden ofrendas con la esperanza de que las ñatitas les cumplan favores y las protejan de cualquier mal.
Los cráneos que reciben el nombre de ñatitas por no tener nariz, son decoradas con flores, lentes, gorros y se les invita cigarros, coca y bebidas. En algunos casos se les festeja con música y baile o con un gran preste. Además, son bendecidas después de una misa católica. Para medio día el cementerio paceño se transforma en un espacio de fiesta, confraternización y alegría. El resto del año, las ñatitas recibirán las atenciones de sus protectores de manera privada dentro de sus hogares.
Fotografías de Alice Coronel