El mundo tiene una habilidad perversa para seguir andando. La campana suena, las clases
continĂșan, los correos se responden, los plazos siguen corriendo. Y entre todo ese ruido, alguien
falta. Un escritorio vacĂo. Un nombre que ya no se nombra demasiado para no incomodar. Nadie
lo dice, pero todos lo piensan: âhay que seguirâ. Y lo peor es que algunos lo repiten. âLa vida
continĂșaâ.
Hola. Soy yo, el humano detrĂĄs de esta columna.
Voy a romper la pared un segundo para decir algo: hace poco muriĂł alguien a quien querĂa
mucho. Eso me dejĂł sin escribir un tiempo. Este no era el tema que pensaba tocar, pero si no lo
hago ahora, se va a pudrir dentro.
AsĂ que sĂ, vamos a hablar de eso.
Qué frase mås cobarde. Mås hipócrita.
Como si decirla sirviera para tapar el agujero que deja un cuerpo que ya no estĂĄ.
Como si de verdad creyéramos que seguir funcionando equivale a estar vivos.
âLa vida continĂșaâ es la forma elegante que tiene esta sociedad de mirar hacia otro lado. En
algĂșn momento un amigo me dijo: âDecir la vida continĂșa no es un consuelo, es un hecho
incuestionableâ. Y tiene razĂłn. Es un hecho. Pero tambiĂ©n es una trampa. Es la excusa para no
detener la mĂĄquina, para no hablar de lo que duele, para no aceptar que algo se quebrĂł. Porque si
nos detenemos, si reconocemos la grieta, todo el sistema se tambalea. Y eso no se puede
permitir.
La escuela debe seguir.
Las notas deben subirse.
Los actos deben realizarse.
La vida âesa palabra que repetimos con tanto orgulloâ debe seguir su curso administrativo.
Pero no, la vida no continĂșa igual.
No después de que alguien decide irse.
No despuĂ©s de que el silencio se hace mĂĄs fuerte que la mĂșsica de fondo.
Lo que continĂșa es la inercia. Es el ruido del deber. Es la rutina vestida de anestesia.
Y lo que mĂĄs duele es el intento de normalizarlo. La rapidez con que nos piden volver a la calma,
a la ânormalidadâ, a la sonrisa en el aula. Como si el duelo fuera una falta de productividad.
Como si sentir rabia o tristeza fuera un obstĂĄculo para el funcionamiento del sistema educativo,
ese que mide emociones con la misma frialdad con que mide asistencia.
No quiero escuchar mĂĄs âla vida continĂșaâ.
No cuando un adolescente se quita la vida y lo primero que hacemos es buscar un protocolo,
redactar un comunicado, hacer un minuto de silencio y seguir el programa como si no
hubiéramos fallado todos.
Porque fallamos.
Fallamos en escuchar.
Fallamos en mirar mĂĄs allĂĄ de las notas, del comportamiento, de la correcciĂłn formal.
Fallamos en darnos el tiempo para preguntarnos quĂ© pasa cuando alguien deja de sonreĂr.
Y lo mĂĄs doloroso es que esa frase ââla vida continĂșaââ no es consuelo. Es negaciĂłn. Es el
modo en que una sociedad agotada se protege de su propia culpa. Es lo que se dice para no tener
que mirar el desastre que ayudĂł a construir.
No, la vida no continĂșa.
No cuando alguien muere sin haber sido realmente visto.
Lo que continĂșa es el calendario, el simulacro, la apariencia de que todo estĂĄ bajo control.
Y ahĂ es donde estĂĄ el verdadero problema: en que seguimos funcionando como si nada,
creyendo que la rutina puede tapar el vacĂo. Pero no se trata de seguir, se trata de detenerse un
poco. De mirar de frente lo que duele. De hacernos cargo.
Porque no basta con protocolos ni con discursos institucionales de âcontenciĂłn emocionalâ. Lo
que necesitamos es presencia. Escucha real. Gente que pregunte sin miedo y que esté dispuesta a
quedarse para oĂr la respuesta. Necesitamos adultos menos ocupados y mĂĄs disponibles.
Profesores que no teman romper la pauta para hablar del cansancio, de la tristeza, de lo que no
sale en el libro de clases.
El dolor no dura para siempre, pero la indiferencia sĂ puede hacerlo.
Y si no aprendemos a detenernos cuando alguien cae, seguiremos siendo cĂłmplices del silencio
que mata de a poco.
AsĂ que no, no digas que la vida continĂșa.
Mejor di que vamos a cambiar algo para que no se repita.
Di que vas a estar ahĂ cuando alguien necesite hablar.
Di que esta vez no vas a mirar para otro lado.
Porque la vida, cuando se cuida entre todos, sĂ puede continuar.
Y vale la pena hacerlo bien.








